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La Ciudad Misteriosa

.: Therk :.

Algo ardía en el interior de aquel armario, de sus adentros emergía un hedor a cenizas de un extraño material, un soplo de brisa hizo salir de las rendijas briznas de antiguo polvo que durante décadas había llenado aquella casa arcaica de la que últimamente procedían los sonidos que atemorizaban al pueblo de Sueca y que Therk debía investigar.
Se armó de valor y abrió la oscura puerta de madera del armario. Lentamente penetró la luz en aquel viejo mueble carcomido.
Therk dio un salto hacia atrás de temor, en el interior había un caballo, pero del que sólo quedaba el esqueleto de color negro y, a pesar de eso, se movía.
El siniestro corcel giró la cabeza hacia Therk y se detuvo un tiempo en esa postura, acto seguido salto por encima de él y echó a correr, con un trote ágil y rápido, que hizo que pronto Therk lo perdiera de vista.
Salió a la calle y la puerta se cerró tras él, miro a ambos lados pero ya no vio a la siniestra bestia, su corazón latía apresudaramente, como si fuera a salir de su pecho, débido al espanto que le había producido la horripilante visión.

Se sentía en el fondo más alegre, al fin había encontrado algo, había abandonado su vida en Valencia porque no se sentía agusto en esos lugares tan llenos de gente demasiado ocupada e individualista. Siempre había vivido en Sueca, la pequeña ciudad, pero se trasladaba a menudo a la capital por razones de trabajo.
Había rehecho su vida en Sueca, había cambiado los traicioneros amigos de Valencia por otros en Sueca, pero todo eso no consiguió quitarle el vacío de su corazón, un corazón creado para amar, según él mismo decía.
Ultimamente había sentido una gran tristeza y desesperación, cada paso que daba le recordaba lo inutil que era caminar, lo infructuoso de su vida, pero aún así siguió andando, siguió trabajando en pequeños empleos, siguió llenando su vida de tareas para mantenerse ocupado y olvidarse de su vena filosófica.

Precisamente por eso ahora sentía alegría, tenía algo que hacer, un misterio que desentramar, una laguna en la ciencia que explicar, aunque no se sentía más útil que de costumbre, al menos tenía una finalidad momentanea, algo que debía ocupar su mente.

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